EL TIEMPO DE LA LUZ
A G U S T Í N D E C Ó R D O B A
Pasan los días y no lo sabemos. Uno tras otro, como una rutina que nos trasforma en seres anónimos, sin opinión personal, carentes de acción ante los avatares de los demás y casi inertes ante los propios.
Lo de todos los días transcurre a través de las páginas del calendario, renunciando inconscientemente a hacernos mayores, sin aceptar que el entorno cambia y nosotros también.
De repente vuelves a ver lo que hace tiempo atesorabas en la memoria como algo ajeno a ti, sólo formando parte del conocimiento de los días; y te das cuenta de que ha cambiado, y que el tiempo ha jugado el papel de haz de luz. Ha iluminado la obra de alguien que no ha dejado que los paisajes, las lecturas, el sueño, la convivencia con obras maestras, la necesidad de conocer lo de los demás, se le escurra entre las manos sin darle forma y dejar que moldee la mirada propia, y desde luego la ajena.
La obra de Agustín de Córdoba ha evolucionado, se ha encendido y camina por senderos imprevistos. Se ha llenado de todo lo que le rodea, se ha empapado de lo que ha pasado por su vida, y mantiene la puerta abierta para dar rienda suelta a tanto como le inquieta; él dice que, sin la pretensión de enseñar, sólo quiere expresar, pero consigue abrir los ojos del espectador e iluminar acontecimientos que permanecen adormecidos al conocimiento de los que no sabemos ver colores, texturas, luces, leyendas, ensoñaciones, o el tiempo que enciende.
La serie “Los Guardianes del Bosque”, los homenajes a Francis Bacon, el subconsciente de la convivencia de “La Rendición de Breda”, la soltura del bodegón hiper-realista de tomates gigantes, la fuerza del toro que embiste al aire de la nada, el sueño de Sorolla, la emoción de la arquitectura revestida de banderas, la presencia constante de hija cuando hay que presentar figuras...dispersan la obra y la técnica de la ejecución y a lo mejor a alguien se le puede ocurrir que no hay unidad, que es difícil identificar al autor, que no crea estilo. Pero ahí radica la fuerza del artista, en la capacidad para retomar cualquier forma de expresión, en saber aplicar técnicas distintas a los diferentes momentos creativos.
El repaso de sus obras es jugar con el tiempo al revés. Ese compañero que todo lo mitiga apaga la violencia, ensombrece el ánimo, como las pasiones y encierra los recuerdos, en la obra de Agustín de Córdoba se vuelve luz, abre puertas, descubre nuevas formas de mirar, revive los sentidos y nos permite disfrutar de nuevo ante la contemplación de cosas pequeñas o naturalezas inalcanzables, porque la luz de su paleta lo ha iluminado.
Matilde Muro Castillo
Escritora y Crítica de Arte.
Trujillo, 2 de abril de 2.009
A G U S T Í N D E C Ó R D O B A
Pasan los días y no lo sabemos. Uno tras otro, como una rutina que nos trasforma en seres anónimos, sin opinión personal, carentes de acción ante los avatares de los demás y casi inertes ante los propios.
Lo de todos los días transcurre a través de las páginas del calendario, renunciando inconscientemente a hacernos mayores, sin aceptar que el entorno cambia y nosotros también.
De repente vuelves a ver lo que hace tiempo atesorabas en la memoria como algo ajeno a ti, sólo formando parte del conocimiento de los días; y te das cuenta de que ha cambiado, y que el tiempo ha jugado el papel de haz de luz. Ha iluminado la obra de alguien que no ha dejado que los paisajes, las lecturas, el sueño, la convivencia con obras maestras, la necesidad de conocer lo de los demás, se le escurra entre las manos sin darle forma y dejar que moldee la mirada propia, y desde luego la ajena.
La obra de Agustín de Córdoba ha evolucionado, se ha encendido y camina por senderos imprevistos. Se ha llenado de todo lo que le rodea, se ha empapado de lo que ha pasado por su vida, y mantiene la puerta abierta para dar rienda suelta a tanto como le inquieta; él dice que, sin la pretensión de enseñar, sólo quiere expresar, pero consigue abrir los ojos del espectador e iluminar acontecimientos que permanecen adormecidos al conocimiento de los que no sabemos ver colores, texturas, luces, leyendas, ensoñaciones, o el tiempo que enciende.
La serie “Los Guardianes del Bosque”, los homenajes a Francis Bacon, el subconsciente de la convivencia de “La Rendición de Breda”, la soltura del bodegón hiper-realista de tomates gigantes, la fuerza del toro que embiste al aire de la nada, el sueño de Sorolla, la emoción de la arquitectura revestida de banderas, la presencia constante de hija cuando hay que presentar figuras...dispersan la obra y la técnica de la ejecución y a lo mejor a alguien se le puede ocurrir que no hay unidad, que es difícil identificar al autor, que no crea estilo. Pero ahí radica la fuerza del artista, en la capacidad para retomar cualquier forma de expresión, en saber aplicar técnicas distintas a los diferentes momentos creativos.
El repaso de sus obras es jugar con el tiempo al revés. Ese compañero que todo lo mitiga apaga la violencia, ensombrece el ánimo, como las pasiones y encierra los recuerdos, en la obra de Agustín de Córdoba se vuelve luz, abre puertas, descubre nuevas formas de mirar, revive los sentidos y nos permite disfrutar de nuevo ante la contemplación de cosas pequeñas o naturalezas inalcanzables, porque la luz de su paleta lo ha iluminado.
Matilde Muro Castillo
Escritora y Crítica de Arte.
Trujillo, 2 de abril de 2.009
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